Hace ya varios años, cuando estaba en el
super – uno cualquiera – me ocurrió algo que hoy quiero explicar. Al dirigirme
hacia la caja a pagar, una anciana intentó ir más rápida que yo, claramente, su
idea era, adelantarme. Ella sólo llevaba cinco productos y yo unos cuantos más.
En vista del esfuerzo que hizo, lo tuve claro:
- Pase señora, no se preocupe – le dije
haciéndole un gesto.
Sin mediar palabra, lanzó su compra sobre la
cinta y se hurgó en el sujetador, buscando algo. Finalmente sacó un billete de
cinco euros, al mismo tiempo que el chico de la caja le decía, son 6 con
sesenta y cuatro. La mujer se miró la compra, buscando que tendría que dejar.
Parecía indecisa, como si cada uno de aquellos productos fuera igual de
importante. Aproveché su indecisión para abrir el monedero y entregarle una
moneda de dos euros, así, no tendría que prescindir de nada. Yo tampoco gozaba
entonces de una buena economía y comprendí lo que la anciana estaba sintiendo.
Recordé como de pequeña, cuando ibas al colmado de debajo de casa, muchos
eran los que le decían al Ramiro:
- Apúntamelo, te lo doy la semana que
viene.
Y el Ramiro o su mujer, Palmira - como algo
normal - lo apuntaban y le entregaban la compra a su cliente y vecino. El
colmado no era un super, pero tenía de todo, sobre todo tenía algo vital:
CONFIANZA.
La anciana me miró, me regaló una sonrisa y
cogió los dos euros. El cajero, parecía ajeno a la escena. El señor de detrás
de mí, se impacientó:
- Señora, si ya ha acabado, deje
pasar, que tenemos cosas que hacer.
Yo seguía observando la sonrisa de aquella
mujer, que enmascaraba un gran sufrimiento, pero, pese a ello, era capaz de
sonreír. Entonces, me sujetó la mano, la abrazó con las suyas y me dio las
gracias. Su ternura fue inquietante. En aquel acto, me había entregado algo, además
de gratitud. Se trataba de una preciosa piedra de lapislázuli que fue mi
compañera durante mucho tiempo. Me pregunté, el motivo por el que ahora, la
amargura y el egoísmo lo invade todo y cómo se puede haber perdido algo tan
propio del ser humano, como es la CONFIANZA en el otro.
El tiempo pasó, mientras día a día, mis dedos
jugueteaban incansables con el lapislázuli de la desconocida anciana del super.
Le cogí cariño a la piedra, pero sabía que llegaría el día en el que ocurriría
algo y entonces comprendería, porqué aquella mujer me la había dado.
Después de mucho tiempo de aquella anécdota,
conducía de noche de regreso a casa, después de un día de trabajo ajetreado.
Era pleno verano. Estaba agotada, deseando llegar, darme una ducha, cenar y
descansar. Aquella jornada, había sido especialmente dura, por la consulta
habían pasado dos casos de mujeres con serios problemas con sus parejas. Otra
vez la falta de CONFIANZA había provocado una brecha en la relación. Se
repetía, a menudo, que la pareja de las interesadas tuvieran siempre miedo a la
precariedad económica. Nos contaban como si las finanzas del hogar eran buenas,
todo estaba bien, pero cuando la economía flaqueaba, flaqueaba la CONFIANZA en
ellos mismos y en la vida y de cómo aquellas mujeres, sufrían la desconfianza
en la vida de sus parejas. Una vez más, les transmití la forma con la que yo
misma intento salir airosa de ese conflicto con lo material, siempre
priorizando la relación, la familia y el hogar, antes que el estado financiero,
pues éste jamás puede ser el pilar que sustente ese hogar. De hecho en toda
crisis financiera social, caen familias enteras, aparecen conflictos ocultos,
etc… debido a que las bases y prioridades de la relación eran el dinero y no el
amor.
Mientras conducía por la autovía, pensaba que
aquello que esas dos mujeres habían compartido en camilla, también ocurría en
mi propia casa y que por tanto, cuando intentaba darles una solución a ellas,
al mismo tiempo, me la estaba dando a mí misma. Es cierto que la vida pone en tu
camino a las personas con las que tenemos que hacer el ejercicio de maestros y
alumnos. Pues al final, todos somos ambos, maestros de nuestras experiencias y
alumnos de nuestras carencias.
De repente, el coche comenzó a hacer un ruido
extraño. Era un neumático. Acababa de pinchar. Me situé en el arcén y allí
parada, en la autovía, a oscuras, antes de maldecir lo sucedido, preferí
sonreír y sentir que no era el momento de ello. Bajé del coche. Me coloqué el
chaleco. Me di cuenta de que llevaba pantalones blancos y que con ellos me
tendría que tirar al suelo. Coloqué los triángulos de seguridad y sin tener
idea de los pasos que tenía que dar, abrí el maletero para ver donde se
escondía la rueda de recambio. Nunca la había visto, pero sabía que estaba allí.
Al ir a levantar el suelo del maletero una voz a mi espalda me dijo:
- Una dama en apuros!!! ¿Necesitas
ayuda? Soy mecánico, si quieres te cambio la rueda. Son dos minutos.
Me quedé alucinada. ¿De dónde había salido
aquel individuo? Se trataba de un ciclista. La bici, se había quedado tumbada a
unos pasos. Le dije casi balbuceando: mmm… Claro. Cuando reaccioné otra vez, la
rueda de recambio ya estaba en el suelo y el ciclista, ya aflojaba los
tornillos de la rueda pinchada. Me sentí tan amparada por la vida, que rápido
recordé algo. Hurgué en el bolso y al despedirme del ciclista, le abracé con
gratitud la mano y le entregué el lapislázuli. Él se alejó con su bici,
sujetando la piedra. Al pasar por mi lado, alzó la mano, me la mostró y se la
llevó al corazón. Nunca supe su nombre, tampoco él el mío, como tampoco conocía
el nombre de la anciana que me la dio.
Habían pasado más de diez años, del día que
le entregué la piedra al ciclista. Me encontraba, sentada en un banco
observando el día a día de los transeúntes, que ausentes caminaban
atropelladamente, sin siquiera dignidad. Levantarse, ir a trabajar, llegar a
casa, seguir con las tareas del hogar, agotados, acostarse, sin poder
descansar, para tener que volver a empezar, al día siguiente y así tener dinero
para pagar, en una rueda que nunca tiene fin, pues cuando no hay CONFIANZA, las
finanzas son las que atrapan, haciéndote creer que si estás de su parte, podrás
ser rico alguna vez.
En la desolación de lo que representa esa
realidad, recordé a la anciana, al ciclista y a la piedra de lapislázuli.
Imaginé como el ciclista, en su día necesitó de alguien y como le entregó la
piedra a su amparador. En esa cadena de favores, jamás podría saber, donde se
hallaba en aquel instante el lapislázuli, ni por cuantas manos habría pasado.
Eso importaba poco, lo importante era que siguiera rodando.
El tiempo avanzaba y el colmado del Ramiro y
la Palmira quedaba cada vez más lejos, pero no así su secreto. Como cuando una
mañana de domingo – que también estaba abierto – la madre del Manolito, le
confesaba a la Palmira que su marido se había quedado sin trabajo y de cómo la
Palmira, tenía que elegir entre negarle a la Conchita su compra o confiar en
que algún día se la abonaría, ni que fuera en pequeños plazos. En esos
pensamientos me encontraba, cuando sentí como una clara solución a la
precariedad financiera actual, sería el que el mundo pudiera recuperar la
CONFIANZA en la vida y de cómo la riqueza no estaba en esa moneda de papel,
sino en cómo utilizabas los que tenías en el instante en el que otro lo
necesitaba.
Así soñé con un Sistema de Economía Humano y
Consciente, en el que el tiempo que dedicabas al otro para resolver una
necesidad, siempre te sería devuelto, como yo misma había podido comprobar.
Así supe que la anciana me había entregado
algo muy valioso, la piedra de lapislázuli, la verdadera moneda, la única que
en verdad te da riqueza. Todo comenzó con un pequeño gesto, sólo fueron dos
euros, lo que indica que no es la cantidad, sino la conciencia que le pones a
lo que das.
Hoy me encuentro con el monedero vacío de
dinero, escribiendo este texto, pero consciente de que existe un cofre en el
que se guardan todas las piedras de lapislázuli que la vida te regala, para que
sientas la CONFIANZA. Y Hoy cuando abro mi cofre de la abundancia, siento que
lo tengo lleno, que sólo tengo que sonreír y saber que al cambiar la prioridad
de mis valores, la vida me va a responder siempre.
He bajado a comprar una barra de pan, al
cruzar la calle, escucho gritos. Encima de un camión de frutas y verduras mal
aparcado, el chófer se queja. Las cajas de manzanas y naranjas se le han
volcado. Ruedan piezas de fruta por toda la calzada. El tráfico no para. Las
están destrozando. Está perdiendo toda la mercancía. Echo a correr y cómo puedo
comienzo a recoger piezas de fruta para devolverlas a sus cajas. Al hacerlo
otras personas se acercan a colaborar. Entre todos hemos recompuesto la carga.
El camionero me mira. Sonríe. Me extiende su mano. Siento que algo conocido
roza mis dedos. Me estremezco. La piedra de lapislázuli ha regresado. Juego con
ella de nuevo. Alzo la mano mientras miro al chófer, me llevo la piedra al
corazón. Asiente con la cabeza. Lo ha comprendido.
- Adiós – le digo sin poder mencionar su
nombre.
Joanna Escuder
20 de Junio de 2014